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La economía global pasa a cuidados intensivos.

  • 15 mar 2020
  • 8 Min. de lectura

El sacudón de la semana aumenta probabilidad de que a emergencia por covid-19 le siga una recesión.

Desde hace semanas, los analistas habían subido el nivel de alarma ante la posibilidad de que el coronavirus acabara afectando seriamente la economía mundial. En respuesta a esas advertencias, el temor se había apropiado de los mercados de valores y de bienes primarios, que mostraban un descenso pertinaz en las cotizaciones de acciones y productos básicos. Sin embargo, ninguno de los temblores previos es comparable con el sacudón de la semana que termina, cuando el miedo se convirtió en pánico. Más allá del fuerte repunte experimentado el viernes en la Bolsa de Nueva York, tras el balance aumenta la probabilidad de que a la emergencia sanitaria causada por la propagación del covid-19 le siga una recesión global.


El motivo es que el curso normal de las actividades cotidianas se interrumpió de manera abrupta en un número creciente de latitudes. La caída en el número de pasajeros aéreos y el aislamiento de países enteros no solo afecta todo lo relacionado con viajes y reuniones, sino también el consumo en general y las cadenas de valor. Al romperse los eslabones, incontables fábricas se ven obligadas a parar sus líneas, acelerando la marcha de un círculo vicioso. Para colmo de males, la guerra entre vendedores de petróleo apareció sin previo aviso. El rompimiento de las conversaciones entre la Opep y Rusia –que entre las dos controlan casi dos terceras partes del suministro de crudo en el planeta– derrumbó las cotizaciones.


A pesar de que en 2015 quedó claro que una estrategia de aumentar la oferta no deja ganadores, sino solo perdedores, la sensatez sucumbe ante los orgullos nacionales y las antipatías personales, como los sugieren las declaraciones provenientes de Moscú y Riad, la capital de Arabia Saudí. Dos jugadores de enorme tamaño optaron por aumentar sustancialmente la oferta de hidrocarburos, justo cuando los excedentes superan los dos millones de barriles diarios. Los vientos huracanados también se sintieron en Colombia, magnificados por cuenta del derrumbe en los precios de su principal renglón exportador. Ver la tasa de cambio superar la barrera simbólica de los cuatro mil pesos por dólar dejó a más de uno sin palabras. Además, las medidas de contención relativas al covid-19 adoptadas en el país empiezan a causar estragos. Reza el conocido refrán que a grandes males, grandes remedios. Lo que está por verse es si esos grandes remedios ocasionan igualmente grandes males, particularmente en el campo de la economía, dejando secuelas de largo plazo.


"Al romperse los eslabones, incontables fábricas se ven obligadas a parar sus líneas, acelerando la marcha de un círculo vicioso".


Cualquier parecido…


Cuando ocurren estos movimientos telúricos, lo primero que hacen los estudiosos, al igual que las autoridades encargadas de apagar el incendio, es poner en práctica las lecciones dejadas por emergencias similares. En lo que compete a la salud, desde las estrategias ensayadas cuando apareció la gripa española en 1918 hasta lo hecho en el momento en que aparecieron otras epidemias recientes sirven para diseñar la batalla contra el nuevo mal. Algo parecido pasa en materia económica. A primera vista, lo ocurrido en los últimos días se asemeja a la situación vivida en 2008, cuando explotó la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos. Tan pronto aparecieron las señales de que un buen número de bancos habían hecho préstamos desmedidos o adquirido papeles respaldados por hipotecas que dejaron de pagarse, Wall Street y las principales bolsas, desde Tokio hasta Londres, vivieron jornadas de pánico.


En cuestión de días, cientos de miles de millones de dólares se esfumaron y se declaró una crisis financiera que acabaría llevado a la bancarrota a un buen número de entidades. Las repercusiones se sintieron al otro lado del Atlántico, pues Europa pagó también una cuenta onerosa que llevó a una contracción prolongada, combinada con mayores tasas de desempleo. Con el fin de responder a la debacle, en ese entonces las principales potencias reaccionaron y aplicaron parte de las enseñanzas derivadas de la Gran Depresión que comenzó en 1929. Los gobiernos adoptaron medidas de emergencia con el propósito de rescatar entidades en problemas, mientras los bancos centrales bajaron tasas de interés e inyectaron liquidez para comprar papeles y estimular tanto el consumo como la inversión.


El tratamiento acabó siendo exitoso. Sin desconocer que el producto interno bruto del planeta cayó 2 por ciento en 2009 –la primera contracción desde el fin de la Segunda Guerra–, la hemorragia se pudo contener. Con el paso de los meses no solo se evitó una quiebra de las instituciones de crédito más representativas del mundo desarrollado, sino que los estímulos permitieron que las cifras en negro remplazaran los saldos en rojo. Por cuenta de dicho antecedente, es fácil pensar que ahora se requiere una terapia similar. Los anuncios hechos por Donald Trump o Angela Merkel se parecen a los provenientes de Washington o Berlín casi doce años atrás. Otra vez el costo del dinero va hacia abajo, mientras se suceden las políticas millonarias para compensar a sectores específicos o a los trabajadores que se vean afectados directa o indirectamente por el covid-19.


"Esta crisis tuvo su génesis en la salud y solo será superada cuando la ciencia gane la batalla"


Que una intervención activa se vuelve obligatoria, es algo que pocos analistas ponen en duda. Gita Gopinath, la economista jefe del Fondo Monetario Internacional, sostiene que “las autoridades tendrán que implementar medidas focalizadas en el ámbito fiscal, monetario y financiero para ayudar a los hogares y las empresas afectadas”. En términos prácticos, ello consiste en darles aire a los damnificados. Por ejemplo, en Estados Unidos las licencias remuneradas por enfermedad son una rareza, de manera que quien falta a su trabajo no recibe salario. Para alguien obligado a aislarse durante dos semanas, una caída de ingresos puede incidir negativamente sobre su calidad de vida. Ante la amenaza de una crisis financiera, más de uno preferirá irse a laborar así tenga síntomas de coronavirus, prolongando el contagio del mal. Debido a ello, es aconsejable que las personas reciban un estipendio proveniente de fondos públicos. El objetivo es tender una red que evite una descolgada del consumo, impidiendo al mismo tiempo abusos o transferencias exorbitantes. A su vez, ciertas compañías también requieren respaldo. No hay duda de que las principales líneas aéreas ven amenazada su supervivencia, al igual que las compañías de cruceros, pero la lista es mucho más amplia. Gopinath señala que “Corea ha ampliado los créditos para operaciones empresariales y las garantías de préstamo para las pequeñas y medianas empresas afectadas. Así mismo, los reguladores y los supervisores del mercado financiero podrían alentar la prolongación de los vencimientos de los préstamos de manera provisional y limitada”. No obstante, es clave tener en cuenta que los remedios descritos tendrán un efecto apenas paliativo en caso de que los esfuerzos de contención del avance del coronavirus no tengan resultado. Para decirlo con toda claridad, esta crisis tuvo su génesis en la salud y solo será superada cuando la ciencia gane la batalla. Así el paciente –que en este caso es la economía– reciba mejor atención, seguirá en su cama de enfermo.


"Las autoridades tendrán que implementar medidas focalizadas en el ámbito fiscal, monetario y financiero para ayudar a los hogares y las empresas afectadas".


Lucha de titanes


Una perspectiva distinta es la del mercado petrolero. Partiendo incluso del supuesto irreal de que una cura definitiva para el covid-19 está a la vuelta de la esquina, nada hace pensar que la oferta desproporcionada de hidrocarburos va a detenerse pronto. Un repunte en la demanda –que tardaría meses en normalizarse– serviría muy poco, a menos que las válvulas comiencen a cerrarse. Las cifras son elocuentes. Si las promesas de aumento sustancial de la producción hechas por Rusia y Arabia Saudita se cumplen, los excedentes mundiales de crudo podrían llegar a cinco millones de barriles diarios en cuestión de semanas, más del 5 por ciento del consumo global. Es verdad que Donald Trump se comprometió con adquirir medio millón de barriles diarios, pero el lío de fondo continúa. Tal como en 2014, la intención vuelve a ser la de “ahogar” a los operadores de costos más altos. Buena parte de las explotaciones que tienen un punto de equilibrio elevado se encuentran en Estados Unidos, que en un lapso relativamente corto se convirtió en el principal productor de petróleo del planeta gracias al uso de técnicas no convencionales como el conocido ‘fracking’. Bajo la lógica más simple, nadie logra sobrevivir si vende a pérdida. En semejante escenario, lo que vendría pronto es una oleada de quiebras y el cierre de los campos más ineficientes. Para quienes piensan con el deseo –comenzando por los rusos– el bombeo estadounidense se reduciría y habría una nueva repartición de la torta.


"Una máxima conocida sostiene que las guerras no dejan ganadores. Y aunque todo apunte a que así volverá a pasar esta vez, la irracionalidad volverá a causar daños enormes"


La experiencia reciente muestra que no es así. Durante la debacle de cinco años atrás poco de eso ocurrió. De hecho, se lograron mayores eficiencias y aunque algunos salieron del juego, las pérdidas de exportadores tradicionales acabaron siendo tan grandes que el saldo de la operación resultó negativo. Aparte de lo anterior, tal parece que la mayoría de las firmas estadounidenses había hecho ventas a futuro con precios significativamente superiores a los actuales. Eso implica que su capacidad de resistencia se prolongará durante meses. Además, la geopolítica entra en la ecuación. Quienes saben hilar fino sostienen que Moscú le está cobrando a Washington las sanciones en contra de las compañías rusas con presencia en Venezuela. Varias subsidiarias del gigante Rosneft han sido castigadas, lo cual habría llevado a los ejecutivos de esta última a convencer a Vladimir Putin de adoptar una línea dura, más allá de las pérdidas que ocasione. En respuesta, Trump defenderá su preponderancia energética como sea. Una máxima conocida sostiene que las guerras no dejan ganadores. Y aunque todo apunte a que así volverá a pasar esta vez, la irracionalidad volverá a causar daños enormes, que se extenderán a la economía local.

Cuentas preliminares.


Debido a la conjunción de eventos de diverso orden, no hay duda de que el crecimiento económico mundial va a ser menor durante 2020. Los pronósticos están a la orden del día y van desde una reducción de algunas décimas en la proyección de 3,3 por ciento hecha en enero pasado por el Fondo Monetario hasta una contracción significativa. Todo dependerá, por supuesto, de la duración de la emergencia. “Es muy posible que el crecimiento del primer semestre no se salve, por lo que ahora el objetivo es salvar el año”, subraya Luis Alberto Moreno, del Banco Interamericano de Desarrollo. Para que eso suceda es indispensable que el contagio no se extienda a otros ámbitos. Múltiples analistas han señalado que los niveles de endeudamiento superan ahora los registrados antes de la crisis financiera de 2008. Una avalancha de deudores quebrados podría ocasionar un verdadero tsunami, justo cuando los bancos centrales y los gobiernos se han gastado todo su arsenal en impedir el avance del coronavirus. Por tal razón, no hay que dejarse engañar por episodios de euforia, como el del viernes pasado en la Bolsa de Nueva York. Aun sin saber lo que traerá el futuro, es seguro que la volatilidad será la norma en los meses que vienen, que la salida de capitales de las naciones emergentes continuará y que la tranquilidad solo retornará cuando el paciente salga de cuidados intensivos. Y falta mucho antes de que al planeta, y a su economía, se le pueda dar de alta. RICARDO ÁVILA Especial para EL TIEMPO


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